En su origen, el ramo de novia se componía de manojos de ajos y hierbas aromáticas como el eneldo, el tomillo o el laurel, debido a la creencia popular de que de su olor mantendría alejados a los malos espíritus, atrayendo la buenaventura al nuevo matrimonio.
Más adelante, en las bodas romanas se emplearon también coronas de flores y ramos de espigas de cereales, que simbolizaban la fertilidad, personificada por la diosa Ceres (Deméter).
Durante la Edad Media, debido en buena parte a la estricta moral Católica que censuraba la desnudez, los baños no estaban muy bien vistos, así que las plantas aromáticas del ramo servían para enmascarar el fuerte hedor que desprendía la futura esposa.
A partir del S. XIX, con la boda de la Reina Victoria de Inglaterra, que fue toda una influencer, las novias comenzaron a añadirle flores ornamentales al ramo, disfrutando de un aroma más delicado. En esta época, se atribuyeron diferentes signficados a las flores que formaban los ramos y a sus colores, por ejemplo, las rosas blancas simbolizaban la inocencia, la pureza y la humildad y los tulipanes rojos eran toda una declaración de amor. Pero otras representaban sentimientos negativos o de rechazo, como el clavel rojo, que era símbolo de tristeza. De esta forma las parejas podían enviarse mensajes a través de las flores. Sigue leyendo «En busca del ramo perfecto»